miércoles, 29 de octubre de 2008

amaya en otoño


madrid se ve bien linda vestida de amarillo, marrón y rojo. Me entran ganas de sacar muchas muchas fotos. Nunca antes había sentido esa necesidad de atrapar mis escenarios habituales, esas tiendas de ultramarinos todavía con estanterías de madera y latas de conservas. Calles céntricas, supuestamente pertenecientes a una gran ciudad, asentadas en un pretérito perfecto. De repente, me paro, las observo detenidamente y lamento no tener mi cámara conmigo. El otro día descubrí una huevería con paredes de azulejos color verde agua y montañas de huevos marrones. El dependiente tenía una bata blanca y los clientes una media de setenta años. Espejos, verde agua, blanco y el marrón de los huevos. Así es como lo veía, y lo único que me preguntaba, siendo torpe como soy, era ¿ cómo ha colocado tal cantidad de huevos uno encima del otro sin que se le rompa ninguno?. Realmente ese Madrid me fascina y quiero hacerlo mío. Y no sé por qué, de repente con el otoño, lo veo todo en tonos lavados, casi sepia. La belleza está ahí, esperando. Es díficil tener el tiempo, o la sensibilidad lo suficientemente en paz como para prestarle atención y descubrirla, pero está y es maravillosa.